martes, 10 de enero de 2012

"La Guerra del Alma" Capítulo 9: Suéñame (Segunda Parte)


El sol se estaba poniendo. Las teas del castillo comenzaban a imponer su pírica luz sobre la del astro rey y mientras el chico se escondía entre los arbustos la tarde vespertina daba paso a la noche estrellada de luna creciente. Contemplaba la escena: Un castillo, no excesivamente grande pero con torre del homenaje, puerta con puente levadizo que cruza un foso vacío. En las almenas matacanes sin desmontar hacían ver y pensar que no hace mucho se había librado alguna clase de ofensiva con su correspondiente defensa.

Todo parecía en calma, no había soldados vigilando ni secuaces deambulando por los alrededores ni por las murallas. El chico avanzó hacia un árbol que, fuera del alcance de la luz de las teas, y cobijado en la oscuridad de la noche, le servía de perfecto escondite. Desde allí podía ver un hueco en la muralla, justo debajo del puente, en el foso. Ahora sí vio a un soldado en la entrada del castillo mirando hacia los campos de trigo. Se quedó un rato sobre el puente y luego se dio la vuelta. Se le oyó gritar: "Nada fuera, podéis levantar el puente, esto se da por cerrado". Instantaneamente el puente cerró la entrada principal.

Una vez cerrado el chico salió de su escondite y bajó al foso. El hueco era pequeño pero moviendo la vaina de la espada pudo colarse sin problema dando paso a un pequeño túnel. En el techo un orificio y al fondo una puerta entreabierta. El chico se dirigió a la puerta. No se oía nada, solo una antorcha iluminaba la estancia. Parecía ser un almacén. Desde el umbral miró. Nadie. Unas pequeñas escaleras subían hacia otra puerta. "Esta dará al piso superior, al nivel bajo", pensó. Hacia esa puerta se dirigía cuando se empezó a abrir. Se escondió debajo de la escalera mientras dos pies bajaban por ella, sobre su cabeza. Ya se iba a lanzar espada en mano cuando al girar vio a una mujer del servicio del castillo. Se quedó helada al ver al chico, podía ser un ladrón o algo peor. Un par de segundos después ella habló.
- ¿Que... que hace usted aquí? -El chico mirando hacia la puerta le tapó la boca, lo cual alteró a la mujer todavía más.
- Shh no alce la voz, vengo a salvar a alguien.
- ¿No es usted un ladrón? -dejó entender la mujer.
- No, no lo soy, solo alguien que quiere rescatar a una dama. -Le quitó la mano de la boca.
- Ay, pues me deja usted más tranquila. No se preocupe que no diré nada, a ver si por obra de Dios, este tirano recibe ya su merecido. Así que está usted dispuesto a rescatarla. Le ayudaré, se donde está. Por cierto me llamo Isabela, soy la jefa del servicio, aunque como podrá haber entendido no trabajo por fidelidad al amo, solo por sacar dinero para mi familia. Él es un dictador. Mató a su padre y luego a su hermano para hacerse con el título del señorío y por lo visto viaja a León  muy a menudo para posicionarse en más altos cargos, cerca del Rey. La sangre de muchas almas corren por las paredes de este castillo, y quieren lógica y sincera venganza. Aunque no desee la muerte de nadie, ojalá se lo encuentre y le atraviese con su espada, dele lo que se merece. Sígame, conozco este castillo como la palma de mi mano.

El chico la siguió. Subieron las escaleras, daban a la cocina. De allí torcieron por un pasillo hacia otras escaleras, pero alguien bajaba. La mujer le dijo que se escondiera detrás de un tapiz que tapaba un falso vano. Cuando pasó el peligro le dio un toque de aviso para que siguieran. Subieron los dos pisos que faltaban hasta un repartidor en el que había tres puertas.
- Hasta aquí puedo conducirle. La puerta es la de la derecha, está cerrada con llave. La del centro es la de don Diego. Si pasara algo no podré ayudarle, me juego el puesto y quizá también la vida, pero todo sea por salvar a esa pobre chica. Hasta siempre, Dios le salve.

No sabía como entrar, solo sabía que tenía que estar en completo silencio si no quería llamar la atención. Se quedó detrás de una esquina comtemplando el reducido escenario. Las tres puertas estaban cerradas, casi herméticas, no había rastro de luz. Sin embargo una ligera corriente gélida salía de alguna parte. El chico salió del escondite y llegó de nuevo al repartidor. El aire venía de alguna parte de allí. Miró las puertas, las paredes, el techo... Se fijó que a la derecha de la puerta de la chica había algo grabado en la piedra. Tres símbolos: Un árbol, una montaña y un sol. "Pero ¿que...? Son los símbolos que don León de Castro marcó en la pared del túnel para... para abrirlo y encontrar el libro" Inmediatamente se puso a buscar algo, un objeto, una falsa piedra, una ranura que abriera la pared o la puerta. El frío aire se movía con más fuerza. Junto a la montaña encontró un pequeño hueco en el que encajar los dedos. Cuando los hundió en la yaga y la mano tocó el sol, el árbol se giró y una puerta de piedra se abrió. El ruido que hizo fue más alto del deseado.

Una silla se oyó mover tras la puerta central. El chico comprendió que don Diego se había alertado así que se metió en la recámara y cerró la puerta de piedra.
- ¿Que ha sido eso? -Le dijo don Diego a alguien en pasillo.- Sonaba como si se hubiera caído una muralla.

Seguidamente una llave entró en una cerradura y se abrió otra puerta.
- ¿No habrás sido tú la que armado ese escandalo, verdad?
- No he sido yo, no ha sido nadie, solo ha sido quien tú no quieres que sea.

Por fin la oía. Le estaba despistando, "pero, ¿acaso él no sabe de la existencia de esa puerta?", pensó. Se oyó un portazo, y otro más en el repartidor. Don Diego se había ido. A dos escasos metros una línea rectangular de luz hacia adivinar la puerta del otro lado. Las voces habían venido de ahí lo que le hizo sospechar que daba a la habitación de la chica. Un simple empujón bastó para abrirla. Esta vez más silenciosa la puerta se abrió y el chico entró en la habitación. Delante de él estaba ella, delante estaban sus ojos, tan hermosos como la primera y única vez que los vio. Ella le miró fijamente y sonrió. Él empezó a articular la boca.
- Soy...
- Se quien eres -le cortó ella- Se por que estás aquí, y sé que me conoces. Por fin has venido, llegué a pensar que no lo conseguirías pero al fin me has soñado. Te dije que en sueños nos volveríamos a ver y así ha sido. Se que éste es tu sueño y que aunque seas del siglo XXI ahora estás en el año de nuestro Señor 1211 y en tus manos está cambiar el curso de mi vida. Si lo consigues nunca tendré que aparecerme dentro de trecientos años ante León de Castro, nunca tendré que mandarle ese libro que has leído a través del Valderaduey para que lo reciba al llegar a Zamora pero a cambio tendrás lo que buscas, mi amor. Terminaremos esta conversación más tarde, cuando estemos a salvo, vámonos de aquí.

Pero antes de darse media vuelta un grito agudo se coló por la ventan. Se asomaron con cuidado y en la oscuridad de la noche, con las teas encendidas, yacía el cuerpo sin vida de Isabela rodeada de un charco de sangre. A su lado el general de la guardia gritaba.
- Esta mujer ha ayudado a entrar a un extraño al castillo. Acaba de recibir su lección. Que sirva para todos también.

Ipso facto apareció don Diego y habló con el soldado.
- Rastread el castillo y los alrededores, yo iré al pueblo y haré cantar a quien le haya visto. Si está aquí que no salga con vida.
- Si señor. ¡Bajad el puente de entrada!.

Don Diego se marchó galopando su caballo. Poco después el general miró hacia las ventanas del castillo y los vio.
- Allí, allí están.
- Creo que es hora de salir de aquí dijo el chico.

Se agarraron de la mano y salieron por la puerta de piedra. Se oían soldados por las escaleras que subían pero al llegar arriba una patada los devolvió a la planta baja. El chico desenvainó la espada. Pasaron por encima de los soldados caídos y siguieron corriendo. El patio de armas estaba lleno de guardias por lo que el chico decidió salir por donde entró. Llegaron a la cocina y sus esperanzas de desvanecieron el momento. El general de la guardia estaba allí, esperándoles. Ella se quedó detrás.
- Has cometido un grave error viniendo a por ella.

Al momento las espadas se empezaron a cruzar. Las chispas saltaban por el impacto de los aceros. El guardia parecía dominar la situación retrocediendo con inteligencia hacia una mejor jugada para avanzar con otra estocada cada vez más fuerte. Una de las chispas cayó sobre un paño provocando que este prendiera. Ellos seguían luchando. Ella intentaba sofocar las llamas pero la cercanía de las espadas no le dejaba operar bien y el fuego se extendió hacia otras telas y hacia las cortinas. Lo único que pudo hacer fue coger un caldero y tirárselo al guardia a la cabeza. Esto le obligó a subirse a la encimera aprovechando el puesto elevado para dar patadas al chico. Las esquivaba como podía y jugaba con la espada una y otra vez hasta que una olla vacía impactó sobre la coraza del guardia y el chico aprovechó para cortarle las piernas. Rápidamente la chica le empujó hacia las cortinas y este desapareció en las llamas que ya desolaban toda la cocina.
- Vamos, rápido, por aquí.

El chico le mostró la puerta que descendía al almacén. Bajaron las escaleras y llegaron corriendo hasta el hueco del foso. Ya estaban fuera. Un caballo se encontraba atado al árbol en el que un rato antes había estado cobijado el chico. Montaron y galoparon hacia una arboleda cercana al pueblo. Desde allí veían el castillo en llamas. Probablemente don Diego estaría de vuelta ya, contemplando su desolación. Todo el pueblo veía en la noche el fuego consumiendo el núcleo de poder del señorío y festejaban con alegría su caída. La tabernera comprendió que hiciera lo que hiciera, el chico había conseguido su objetivo.

Ya era 19 de Junio de 1211.

- ¿Cómo sabías que es mi sueño? -le preguntó el chico.
- Eres de una época diferente. Yo soy de muchas. Me aparezco a un editor, trescientos años más tarde, me aparezco a ti quinientos después, ¿no te es extraño? Esto es un sueño, ¿recuerdas la primera que nos vimos?, tu crees que echaste a correr, crees que hace siete meses que nos vimos, pero no es así. En realidad, nada de lo que has vivido en este tiempo ha ocurrido. Hoy es 19 de junio de 2011, no de 1211 y estamos junto a las naves de RENFE. Todo esto, todos estos meses, se han sucedido en apenas unos segundos, tiempo en el que te has quedado quieto, delante de mí, sin saber que hacer. Tu alma ha librado una guerra, una guerra que has ganado. En vez de echar a correr, como crees, tu fuerza interior te ha mantenido delante de mí.

Cuando se quiso dar cuenta, el chico estaba en la calle, en Valladolid,  en la misma posición que tenía antes de, según él, echar a correr. Ante él, ella hablándole.
- Has vencido. Vamos a tomar un café, conozco una cafetería justo antes de llegar al túnel de las Delicias.




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